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lunes, 14 de octubre de 2013

Santa Juana de Arco víctima de un tribunal eclesiástico inicuo

Estatua en Paris, de Frémiet
Estatua en Paris, del escultor Frémiet
continuación del post anterior


— Lo más sorprendente es que se trata de un proceso eclesiástico dirigido por un obispo, y que Juana, tan obediente y fiel a la Iglesia, es condenada por herejía.

Regine Pernoud:

— Sí, los miembros del tribunal son conscientes de que se trata de un proceso eclesiástico. Lo preside el obispo de Beauvais, Pierre Cauchon. El mismo había preparado, elaborado y perfeccionado el proyecto que comentábamos antes.

El de Juana de Arco es un proceso de inquisición. Estos procesos habían comenzado en 1231 para oponerse al maniqueísmo, una herejía que había penetrado en profundidad en los puntos clave de la Iglesia medieval.

Pero los tribunales eclesiásticos no siguieron siendo por mucho tiempo lugares de Iglesia.

Felipe el Hermoso, por ejemplo, se sirve de ellos para sus fines, y usa a eclesiásticos que dependen completamente de él para condenar a los Templarios.

El proceso contra los Templarios es un horror, lo mismo que el de Juana de Arco. La Iglesia se “prestaba” al poder político hasta tal punto que instituía a su placer tribunales.


Porque ella misma se consideraba una potencia. Pero este clericalismo no pertenece sólo al siglo XIV. Hoy también existe esta tendencia: forma parte de la vida de la Iglesia.

La diferencia es que ahora se presenta bajo formas diferentes. Creo que actualmente esto se ve más en Italia y Alemania que en Francia.


— ¿Podemos decir que Juana encontró a su verdadero enemigo dentro de la Iglesia?

— Sí. Su batalla más grande la combatió contra los hermanos que compartían su misma fe cristiana. Y no se puede imaginar suplicio peor.

Sin embargo aunque sabe que está frente a un tribunal eclesiástico, en un momento determinado exclama: “Vosotros no sois la Iglesia”.

Nadie había sido nunca tan audaz como ella en su adhesión a la Iglesia, pero en esta difícil situación logra distinguir qué es la Iglesia y qué son esos profesores parisinos movidos sólo por intereses políticos.

Su lucidez es aún más admirable si pensamos en la capciosa astucia que usan para poder confundirla y condenar por herejía.

Los jueces insisten en que les haga una distinción entre Iglesia militante e Iglesia triunfante. Pero ella no sabe el significado de esos términos.

Y responde: “Puesto que toda la Iglesia es de Dios, la diferencia no debe ser muy importante”. Y tiene razón: Cristo y su Iglesia son todo uno. Establecer estas distinciones es algo que puede ser interesante para los teólogos, pero no aparece en el Evangelio.

Eclesiásticos imbuídos de uma filosofía igualitaria ardiam de odio contra la Santa
Eclesiásticos imbuídos de uma filosofía igualitaria ardiam de odio contra la Santa
— ¿Cómo se comportó el rey Carlos durante todo este período?

— El rey Carlos le debía todo, pero no se interesó nunca por ella durante su larga detención y el proceso. Juana tuvo que sentir que también él la abandonaba, el rey cristiano.

Porque ésta era la conciencia que tenía de sí mismo Carlos VII: un rey que podía juzgar y entrar en las cosas de la Iglesia. Hay que rendir homenaje a quien, en los tiempos modernos, quiso la separación de la Iglesia y del Estado.

Ha tenido efectos extremadamente benéficos, aunque tal vez no era fácil darse cuenta inmediatamente. Pero ahora resulta evidente.

Y cuando se dan imposiciones, quizás a escondidas, entre poder político y eclesiástico, aún hoy suceden desastres.


— ¿Por qué un proceso eclesiástico contra Juana de Arco?

— Por necesidad política. Si se conseguía demostrar que Juana era una bruja, o una hereje, la consagración del rey Carlos celebrada en la Catedral de Reims perdía su sentido sagrado.

Y al mismo tiempo se derrumbaba la consideración que los franceses tenían de su nuevo rey.

Pero este proceso, en el que participaron seis profesores universitarios parisinos que desempeñarán un papel muy activo, prelados procedentes de Normandía e Inglaterra, canónigos de Rouen y abogados del tribunal eclesiástico, obtuvo en realidad un resultado diametralmente opuesto.

— ¿Cuál?

— El de entregarnos las actas de una especie de proceso de santidad.

El obispo Cauchon tuvo que pensar que iba a ser fácil, para un tribunal formado por universitarios de alto nivel, expertos en teología, en derecho civil y en derecho canónico, hacer que una joven campesina se confundiera e hiciera afirmaciones heréticas o hacerla caer en contradicción consigo misma o con la Iglesia.

En cambio, sucedió lo contrario. Y ahora las actas de aquel proceso son algo precioso.

De Juana de Arco no nos queda ni un retrato ni una tumba y, por temor a que fueran veneradas, después de la hoguera sus cenizas fueron arrojadas en el Sena.

San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita hablaban con la Santa
San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita hablaban con la Santa
De ella nos quedan sólo sus palabras y declaraciones tomadas en el proceso. Parece una paradoja, pero el proceso que la condenó por herejía construye en realidad un monumento a su santidad y a su sólida fidelidad al Señor y a su Iglesia, que hombres de Iglesia tratan capciosamente de minar.

Por las respuestas que el notario Guillaume Manchon registra día tras día sabemos que la vida de Juana fue una respuesta: una respuesta a la llamada de Dios.

Un llamamiento tan concreto que nos deja atónitos: por medio de voces, que ella concretamente oía.

Y, una vez que Juana comprende que las voces misteriosas que le hablan son un mensaje que viene de Dios, deja de tener dudas y tiene un único objetivo en la vida: adecuarse a lo que se le pide.

A los doctos profesores de universidad, que entre otras cosas insisten en saber dónde tiene la “mandrágora”, una hierba que decían que daba poderes diabólicos, responde siempre de manera concreta.

Lo mismo en relación con sus voces misteriosas. “La primera vez tuve mucho miedo”, dice. “Era casi mediodía, de verano, y estaba en el jardín de mi padre. Y no había ayunado el día anterior”.

Cuando le preguntan qué le sucederá a su “partido”, responde: “Antes de siete años los ingleses perderán todo lo que tienen en Francia. Será una gran victoria que Dios enviará a los franceses”.

Seis años y medio después, Carlos VII entrará victorioso en París.

Leyendo las actas del proceso nos damos cuenta de que frente a los argumentos de intelectuales seguros de sí mismos –y que se apoyan en poderes políticos que piensan que van “en el sentido de la Historia”- Juana representa la fe: la fe en su sencillez y también en su potencia.

No es una casualidad que el cardenal Jean Daniélou la haya definido “la santa de lo temporal”.

continúa en el próximo post



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