continuación del post anterior
— “Nunca hasta ahora se había hablado tan cristianamente”, escribía Hans Urs von Balthasar de Péguy. Y, sin embargo, Jacques Maritain atacó duramente El misterio de la caridad de Juana de Arco. ¿Quién tenía razón?
Regine Pernoud:
— No sabía que Maritain hubiera atacado a Péguy. ¿Está usted seguro?
— He hallado la carta de Maritain en los archivos “Charles Péguy” de Orleáns. Lleva la fecha del 2 de febrero de 1910. Maritain escribe a Péguy:
“Después de haber leído su obra, estoy desconsolado. Veo claramente que usted aún está lejos del verdadero cristianismo, con la ilusión de haberlo alcanzado. (...) La vocación de la Beata Juana queda completamente desfigurada. (...) La meditación de la pasión de Nuestro Señor está llena de inconvenientes e irreverencias. (...) ¡Ha osado usted hablar de la Santísima Virgen de manera baja! ¡Es insoportable! En esta obra, hecha con todo su celo y su devoción, se ha quedado deplorablemente fuera. (...) Esto me ha desconsolado”.
— Es absolutamente increíble. No conocía esta carta. Apenas puedo creerlo. Lo que dice Maritain es estúpido. Pero era un intelectual, y Péguy atacaba el partido de los intelectuales. Puede ser que esto lo irritara.
— Puede ser. De hecho, en otra carta conservada en los archivos y fechada el 1º de abril de 1910, Péguy explica a un suscriptor de su revista que lo que le turba a Maritain es que su Juana de Arco no es “una de esas estampitas devotas que los católicos están acostumbrados a encontrar en sus parroquias”.
— He conocido personas que frecuentaban el círculo católico que se reunía en casa de Jacques y Raisa Maritain para discutir de cristianismo.
Por ejemplo, Stanislav Fumet, que era un gran amigo suyo. Pero yo no fui nunca, nunca me atrajo ese ambiente. Quizá por su aspecto de catolicismo intelectual. Y yo no me considero una intelectual.
La Juana de Arco de Péguy es un poco esto: la que se rebela contra el catolicismo de los intelectuales, que se rebela contra los que quieren enseñar a los sencillos el verdadero cristianismo con la ilusión de convertir en cultura la fe.
Como si la fe de los fieles sencillos, como Juana de Arco, no fuera plenamente razonable. Y no fuera mucho más inteligente que los hombres, las cosas de la vida y los discursos de los intelectuales.
— ¿Por qué comenzó usted a interesarse por Juana de Arco?
— Por casualidad. Era la víspera de las Navidades de 1952. Me pidieron un artículo sobre el proceso de rehabilitación de Juana. Yo, como todos en aquella época, pensaba que era un personaje de esos que se citan sólo en los discursos oficiales. Y dije que no.
Pero tanto insistieron que al final les dije que les echaría un vistazo a los textos existentes. Fui a la biblioteca y me subí a una escalera para hojear los volúmenes de Jules Quicherat, que había publicado todos los documentos sobre los procesos.
Comienzo a leer y poco después, por lo menos así me parecía, oigo al bibliotecario que me dice: “Señorita Pernoud, si no quiere que la dejemos dentro debe bajar de esa escalera”.
Habían pasado más de dos horas, y no me había bajado de la escalera, absorbida como estaba en la lectura del proceso de rehabilitación.
Apasionante.
Desde entonces me he ocupado siempre de Juana de Arco. En realidad, me parece que, en todos estos años, no me he bajado nunca de esa escalera, me he quedado ahondando en el sorprendente acontecimiento de un Dios que ha entrado tan profundamente en la historia del hombre que no ha tenido miramientos para meterse en guerras, batallas y procesos.
Juana es una paradoja, porque demuestra que también en las peores ocupaciones, es decir, haciendo la guerra, se puede seguir a Cristo.
Es en esa situación donde se afirma su santidad, demostrando que no existe ninguna situación, por muy paradójica que sea, en que la gracia de Cristo no pueda obrar visiblemente.
FIN de esta serie
(Fuente: Humanitas nº 14)
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