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domingo, 4 de agosto de 2013

El riesgo en la vida de los hombres de los castillos

Castillo de Cheverny, armas y armaduras
El hombre de la plebe no tenía obligación de combatir, no tenía vocación de héroe.

Ellos apenas tenían que ser productivos.

En las miniaturas y en los vitrales medioevales aparecen tranquilos, gordos y pacíficos.

El hidalgo no. Él era hecho para todos los brillos, glorias, riesgos, y para en cualquier momento ¡despeñarse en cualquier precipicio!

¿Riesgos de la vida de un hidalgo?

¡Pero todos! ¡Todos!

Inclusive de un enemigo, que él podía encontrar en la esquina de aquellas calles tan sinuosas de las ciudades de la Edad Media, con quien él traba inmediatamente un duelo de muerte, que sería el quinto del día…

Después va a reposar en su cama, si no va, ya de una vez, al cajón de muerto…

De mañana, él nunca sabe adonde va a reposar de noche. La menor preocupación es el reposo.


Él no quiere saber si descansará, ¡él quiere saber si vencerá!

Castillo de Chenonceaux, dormitorio, Francia
Un hombre construido con esa témpera, podía fácilmente ser el objeto de admiración y el modelo de aquellos sobre los cuales ejercía la autoridad.

Pero él podía también ser, fácilmente, el terror de aquellos en quienes mandaba.

¿Por qué terror?

Porque no era raro que ellos construyesen castillos en montañas, dominando el pasaje de ríos o caminos.

Castillo de Pfalz, en el rio Reno, Alemania
Y cuando percibían de lejos que venían flotas de barcos de comerciantes, ellos bajaban de prisa, abordaban los barcos, llevaban los comerciantes a la cárcel y se quedaban con todo lo que traían. Era el terror del comercio, pero llenaba la despensa del señor feudal.

Después, el propio señor feudad vendía lo que sobraba.

Y con el dinero mandaba comprar armas, reconstruir murallas, y mantener el castillo. Así iba la vida…

Eran los señores feudales, muchas veces, bandidos.

Y nada desdora más la condición de señor que ser bandido.

Nada es más vil que ser bandido, que robar de un pobre hombre desarmado el producto de su trabajo.

¡Cárcel! Señores feudales de ese jaez deberían ir a la cárcel.

La Iglesia apostrofó tremendamente esos malos señores.

Pero, al mismo tiempo, fue dándoles la vuelta. Una de las maneras consistió en enviarlos a las cruzadas.

Fortaleza de Carcassonne, mandada construir por San Luis IX, rey da Francia
Por eso vemos en los famosos sermones del Beato Papa Urbano II y de San Bernardo, alusiones a los terribles crímenes que precisan ser expiados.

Y la expiación consistía en ir a Tierra Santa y descargar su fuerza en el impío pagano invasor.

¡Y así muchos fueron tocados por la gracia, dieron sus vidas, repararon sus pecados y ganaron la vida eterna!

Con los siglos, hasta esos señores díscolos fueron amansados y se integraron, por casamientos y alianzas, en la nobleza que vivía según la Ley de Dios y que sintonizaba con la moral del Evangelio.

Video: Castillos de Francia




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