Reciba actualizaciones gratis via email: DIGITE SU EMAIL:

lunes, 9 de junio de 2014

Torneo para conmemorar la reedificación del Castillo de Windsor – 6

Cavaleiro, Hedingham CastleContinuación del post anterior

Por rápida que fuese la señal, ella se había hecho esperar para gusto de ambos adversarios, pues, así que fue dada, los caballos se lanzaron como si compartiesen los sentimientos de sus dueños.

Esta vez, Messire Eustache conservó el mismo albo. Pero Eduardo, habiendo cambiado el suyo, con su lanza acertó tan exactamente la visera que arrebató el yelmo del caballero, mientras la lanza de éste golpeaba en pleno pecho con una tal rigidez que el caballo del Rey se sentó y, en este movimiento, habiéndose roto el cinto, la silla de montar se deslizó a lo largo del dorso, de forma que Eduardo se encontró de pie, pero en el piso.

Su adversario saltó en seguida a tierra, y encontró a Eduardo ya desembarazado de sus estribos. Sacó en el acto su espada, cubriendo la cabeza con su escudo.

Pero Eduardo le hizo señal de que no continuaría el combate mientras él no se hubiese recolocado otro yelmo. Messire Eustache obedeció, y el Rey, viéndole la cabeza cubierta, sacó por su vez la espada.

Pero, antes de dejarlos recomenzar el combate, dos escuderos condujeron los caballos cada uno por su portera, mientras dos lacayos recogían las lanzas que los combatientes dejaron caer.


La arena así desobstruida, escuderos y lacayos se retiraron, y los jueces del campo dieron la señal.
Eduardo era uno de los más vigorosos hombres de armas de su Reino; así, Messire Eustache comprendió en los primeros golpes que él necesitaba utilizar toda su fuerza y destreza.

Elmo, KaltenbergPero él mismo, como se pudo ver, y como afirman las crónicas del tiempo, era uno de los más valientes caballeros de su época, de forma que no se sorprendió ni de la violencia ni de la rapidez del ataque, y respondió golpe por golpe con un vigor y una sangre fría que probaron a Eduardo aquello que él ya sabía sin duda, que se encontraba frente a un adversario digno de él.

Por lo demás, los espectadores no habían perdido nada por esperar, y lo que pasaba ante ellos esta vez era bien un verdadero combate.

Las dos espadas, en las cuales se reflejaba el sol, parecían dos gladios de fuego, y los golpes eran contenidos y dados con tal rapidez, que no se percibía si ellos habían tocado el escudo, el yelmo o la coraza a no ser viendo saltar las chispas que de ellos salían.

Los dos campeones atacaban sobre todo el yelmo; y bajo las tentativas redobladas que habían recibido, el de Messire Eustache vio caer su penacho de plumas y el de Eduardo perdió su corona de piedras.

Por fin, su espada cayó con tal fuerza que, cualquiera que fuese el templado del yelmo de su adversario, le habría sin duda rajado la cabeza si Messire Eustache no la hubiese contenido con su escudo.

La lámina terrible cortó el escudo por la mitad, como si fuese de cuero, tan bien, que habiendo sido partida una de las agarraderas por el choque, Messire Eustache tiró lejos de sí la otra mitad, que se había vuelto más un estorbo que una defensa y, tomando su espada con las dos manos, dio a su vez un tan fuerte golpe sobre la parte superior del yelmo del Rey, que la lámina voló en pedazos y sólo la empuñadura le quedó en la mano.

El joven caballero dio entonces un paso atrás para pedir otra arma a su escudero, pero Eduardo, levantando vivamente la visera de su yelmo dio a du vez un paso al frente y, tomando su espada por la punta se la presentó a su adversario.

- Messire, le dijo con aquella gracia que él sabía tan bien tomar en esas ocasiones, os agradaría aceptar esta? Tengo, como Forragus, siete espadas a mi servicio y todas son de un temple maravilloso.

- Sería deplorable que un brazo tan hábil como el vuestro no tuviese un arma del cual se pudiese valer. Tomadla, pues, Messire, y recomenzaremos el combate con más equidad.

Cavaleiros, Warwick- Acepto, Monseigneur, respondió Eustache de Ribeaumont, irguiendo a su vez la visera de su yelmo, pero a Dios no complazca que yo ensaye el filo de tan bella arma contra aquél que me la dio. Yo me reconozco, por lo tanto, vencido, Sire, tanto por vuestro coraje como por vuestra cortesía, y esta espada me es tan preciosa que hago aquí el juramento sobre ella, y por ella, de jamás, ni en torneo ni en batalla, entregarla a otro sino a vos.

El Rey venció la justa de acero, y Eustache de Ribeaumont la justa de la cortesía.


(Fuente: Alexandre Dumas, “La Comtesse de Salisbury”, Calmann-Lévy, Editeur, Paris, 1878, T.I, pp.247 a 261).


AS CRUZADASCASTELOS MEDIEVAISCATEDRAIS MEDIEVAISHERÓIS MEDIEVAISORAÇÕES E MILAGRES MEDIEVAISCONTOS E LENDAS DA ERA MEDIEVALA CIDADE MEDIEVALJOIAS E SIMBOLOS MEDIEVAIS

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
ASSINE