San Luis en la batalla de Taillebourg. Ferdinand-Victor-Eugène Delacroix 1798-1863, Galerie des Batailles, Versailles |
Luis Dufaur |
Continuación del post anterior: Rey mientras que santo y santo mientras que rey
En 1237, el nuevo rey invistió a su hermano Alfonso como conde de Poitiers, un riquísimo, brillante y populoso feudo.
¡Pero, infelizmente, un nido de revueltas de la nobleza local! Atizados por el rey Enrique III, de Inglaterra, que soñaba con ser rey de Francia, los señores feudales no cesaban de hacer intrigas.
Ya germinaba la discordia que terminaría en la guerra de los Cien Años. Los intrigantes habían motejado al joven monarca como “rey de los monjes”, como “devoto” incapaz de defender su herencia.
San Luis IX quiso conferir a la investidura del hermano un carácter oficial y solemne.
Las fiestas incluyeron un famoso banquete en el castillo de Saumur y fueron descritas por Joinville, autor de una inigualable biografía del rey santo y especie de primer ministro del conde de Champagne, uno de los más poderosos, ricos y autónomos señores de Francia.
– “El rey reunió una gran Corte en Anjou. Yo estaba allá y doy testimonio de que fue la mejor ordenada que ya vi”.
Y después de describir a los grandes hombres del reino sentados a la mesa en sus brillantes vestiduras, prosigue:
“Atrás de ellos había bien aproximadamente 30 caballeros vestidos con túnicas de seda que los protegían. Y, atrás de los caballeros, un gran número de lacayos con las armas del conde de Poitiers bordadas sobre tafetán. El rey estaba vestido con una túnica de seda bordada en azul, que tenía encima un manto de seda roja bordada y forrada de armiño, con un sombrero de algodón sobre la cabeza, ¡que no le quedaba muy mal!, porque era joven”.
Así se presentó el tercero franciscano que iba descalzo en las procesiones, pues lo exigía el bien del orden político y social, la harmonía del orden cristiano, la vocación y el cargo que Dios le dio.
São Luís recebe a vassalagem de Henrique III da Inglaterra |
Pero los insubordinados señores locales la interpretaron como provocación y la usaron como pretexto para la revuelta.
El jefe de los disidentes era Hugues de Lusignan, conde de la Marche, que a ejemplo de Iscariote a la mesa con Jesús en la Última Cena, estaba sentado a la mesa del rey.
Y su señor era el rey de Inglaterra, Henrique III. La murmuración corrió como rastrillo de pólvora: San Luis quería usurpar los derechos del rey inglés.
¿La prueba? ¡El festín y el nombramiento de su hermano como conde de Poitou!
Loco de rabia, Hugues de Lusignan abandonó Saumur apresuradamente, prometió repudiar el vasallaje al rey de Francia y montó una liga militar contra la Corona.
El rey de Inglaterra le garantizó tropas que vendrían por mar. Los amotinados esperaban refuerzos de España y el ataque del emperador alemán, que sorprendería al rey francés por las espaldas.
San Luis no se descuidó: estaba perfectamente informado de los planes, tratativas y reuniones secretas de los adversarios.
¡Y antes de que las tropas inglesas desembarcasen, emprendió la ofensiva! Los castillos de Hugues de Lusignan capitularon uno después del otro.
Cuando el rey inglés puso pie en tierra con su ejército, era demasiado tarde.
Él, entretanto, osó enfrentar al “rey devoto”.
El choque de dio en Taillebourg, en 1242, batalla completada en Saintes.
La carga de caballería conducida por el santo sobre un soberbio caballo blanco decidió la batalla y mudó los rumbos de la Europa feudal.
“Luis – narra el historiador Henri Pourrat (4) - , a la cabeza de solamente ocho hombres de armas, se lanzó sobre el puente de Chernete y sustentó el embate de mil ingleses, hasta el momento en que su gente llegó, entusiasmada con lo hecho por el rey”.
São Luís em Taillebourg. Paul Lehugeur
Siglos después, el pintor Delacroix inmortalizó la hazaña. Poco faltó para que el rey inglés cayese prisionero.
A partir de Taillebourg, Europa quedó sabiendo que ese rey de los monjes blandía la espada con implacable maestría.
Espléndido vencedor, San Luis manifestó magnanimidad, inteligencia, tacto político y visión histórica que impresionaron a la Europa feudal. Sus consejeros quisieron convencerlo para despojar a los vencidos.
El santo reafirmó que eso era su derecho, pero no pidió sino aquello que juzgó políticamente inteligente.
Al rey inglés derrotado le cedió las regiones francesas de Limousin, Périgord, Agenais, Saintonge y parte de Quercy, con la condición de tornarse su vasallo mediante el sagrado juramento de vasallaje.
Luis IX quiso afirmar los lazos de amor entre los hijos de ambas coronas. El rey de Inglaterra pasó a prestarle los homenajes de un subordinado.
Haciendo así, la Guerra de los Cien Años quedó postergada por un siglo.
Al conde Hugues de Lusignan, jefe de los revoltosos, el rey perdonó un tercio de los bienes. Retirándose para sus tierras, murió de disgusto.
Continúa en el próximo post: La Corona de Espinas y la Sainte-Chapelle
1 comentarios:
Excelentisimo. No había descubierto este espacio. Muchas gracias por compartir estos conocimientos que nos hacen tanto bien. Luego que lea más le comento. D
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