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lunes, 15 de diciembre de 2014

La primera mirada del Niño Jesús


Este fresco representando la Natividad del Niño Jesús es de Giotto, y se encuentra en la Capilla de los Scrovegni, en Padua.

San José está durmiendo. A su alrededor están las ovejitas, el burro y otros animales. Los ángeles llenan el cielo, cantando Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus bonae voluntatis!

Y los pastores oyen atentos el cántico celestial. Es exactamente lo que la liturgia celebrará en la Nochebuena, el 24 de diciembre.

* * *

Es entrada la noche. Nuestra Señora acaba de dar a luz al Niño Jesús de un modo misterioso y maravilloso.

Su gesto, su actitud, es presentado como el de una persona enteramente sana que se vuelve en su lecho para confortar, para mejor acondicionar al Niño.

Ella realiza ese gesto con una desenvoltura física que no es lo propio de una madre que acaba de dar a luz.


Sabemos que, como consecuencia del pecado original, el proceso de nacimiento es siempre doloroso y difícil.

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Pero no lo fue para Nuestra Señora: por un particular don de Dios, siendo Ella preservada de toda mancha — Virgen antes, durante y después del parto — el nacimiento del Hijo de Dios se realizó de modo milagroso; para Ella no representó ningún esfuerzo.


Y Ella está como si hubiese apenas despertado de un sueño ligero y apacible, para mirar a su Niño.

¡La escena es lindísima y conmueve! Giotto ha representado magníficamente aquel primer cruzarse de miradas, cuando la Santísima Virgen, por primera vez, con los ojos de la carne ha podido contemplar el fruto del Divino Espíritu Santo concebido en su seno virginal.

El Niño Jesús es representado como un recién nacido. Debemos considerar que Él también fue concebido sin pecado original, y en virtud de que su naturaleza humana estaba unida hipostáticamente a la de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Él gozó de inteligencia plena desde el primer instante en que Nuestra Señora lo concibió.

Giotto di Bondone entre 1302 y 1306,
Capella degli Scrovegni, Pádua (Iaália)
Y ya en el claustro materno, perfectamente consciente, Él adoraba al Padre, le ofrecía reparaciones y le imploraba por los hombres.

Es por tanto claro que ya durante la gestación había entre el Niño y su Madre una íntima relación espiritual de carácter místico, pues Nuestra Señora sabía que Él era una criatura enteramente inteligente.

Esta relación alcanza su ápice cuando, por la primera vez, sus miradas se encuentran y ambos se contemplan, se conocen...

La expresión del Niño es lúcida y plena de amor. Él analiza la fisonomía de su Madre, y Ella fija en Él su mirada.

Es un momento sublimísimo de la vida de ambos. ¡Podemos imaginar el auge de amor a Dios a que Ella llegó en ese momento, y qué mirada de amor el Niño posó sobre Ella!

(Autor: Plinio Corrêa de Oliveira, in Tradición y Acción, Extracto de una conferencia para socios y cooperadores de la TFP brasilera, del 30-11-1988. Sin revisión del autor.).



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