Santa Margarita de Cortona, maestro anonimo, Arezzo, detalle |
Como sucede con cierta frecuencia, la madrastra que vino a ocupar el lugar de su progenitora, dos años después de su muerte, comenzó a tratarla mal, encontrando defectos en todo lo que ella hacía.
Pues bien, Margarita tenía un corazón tierno y una naturaleza ardiente. Y al no encontrar en casa el afecto que necesitaba, fue a buscarlo afuera. Se volvió una adolescente hermosa, llena de gracias y encantos.
Esto constituyó su desgracia. Cuando tenía quince años, el hijo del señor de Montepulciano se enamoró de ella y la convenció para ir a vivir con él pecaminosamente, prometiéndole que se casarían en un futuro.
Remordimientos de consciencia sofocados
En medio del lujo, las fiestas, los paseos, Margarita reprimía su consciencia, que de tiempo en tiempo como un aguijón la torturaba. Más tarde dirá: “En Montepulciano perdí la honra, la dignidad, la paz; perdí todo, menos la fe”.
Y era esa fe que afloraba, la que le hacía soñar con otra vida muy diferente de la que entonces llevaba. Algunas veces, por ejemplo, viendo ciertos lugares recogidos, comentaba:
“¡Cómo sería bueno rezar aquí! Qué lugar propio para llevar una vida penitente y solitaria”.
Pero nuevas joyas, nuevas fiestas, nuevas promesas sofocaban esos buenos movimientos de su corazón.
Cierta vez en que algunas señoras elogiaban su belleza, ella respondió proféticamente: “No hagan caso de eso. Llegará el día en que ustedes me tratarán como santa e irán, con el bastón en la mano, a visitar mi tumba”.
La casa de Santa Margarita de Cortona |
Así, Margarita vivió nueve años en esa unión ilícita, contraria a la Ley de Dios, cuando sobrevino un acontecimiento dramático que debería cambiar su vida.
Visión fúnebre y gracia de conversión
Cierto día su concubino no regresó a casa, y tampoco al día siguiente. Afligida, Margarita vio llegar sola a su perrita favorita que, sollozando tristemente, la jalaba del vestido, indicándole que la siguiese.
Margarita, ansiosa, siguió al animal hasta un bosque en las inmediaciones, donde encontró un montón de ramas que el animalito se esforzaba en levantar.
Quitando las ramas de encima, se deparó con el cadáver de su concubino apuñalado, envuelto en sangre, y que ya comenzaba a dar las primeras señales de putrefacción. Ante esta espeluznante visión, dio un grito y cayó desmayada.
Fue el golpe de misericordia de la Providencia. Al volver en sí, Margarita pensó en el destino eterno de aquél de quien fuera cómplice en el pecado.
Se llenó de tal horror por su existencia pecaminosa que, en aquel momento, hizo el propósito de cambiar de vida.
En el hogar paterno, es rechazada por la madrastra
Después del entierro del infeliz joven, Margarita vendió todo lo que tenía, lo distribuyó entre los pobres y, vestida muy simplemente de negro regresó a la casa de su padre, pidiendo perdón y abrigo.
Su padre se conmovió, pero a su lado estaba la madrastra, que inmediatamente exclamó: “¡O ella, o yo!”. La puerta de la casa paterna le fue entonces cruelmente cerrada.
Desolada y sin saber qué hacer, sin recursos y sin residencia, en el auge de la probación, Margarita se sentó en un tronco a la vera del camino.
Santa Margarita de Cortona, iglesia de la santa |
“¡No! –protestó Margarita, con resolución. Ya ofendí mucho a Nuestro Señor, que vertió su sangre inocente por mí. Más vale la pena mendigar el pan que volver al pecado”.
En ese momento otra voz, la de la gracia, se hizo oír: “En Cortona los hijos de San Francisco se compadecerán de ti y te dirán qué hacer”.
En esa época Cortona era una república, con administración autónoma. Era próspera y tenía una intensa vida religiosa.
La pobre Margarita, sin conocer a nadie, buscó el convento de los frailes franciscanos.
Dos damas del lugar, Marinaria y Raniera Moscari, la encontraron y quedaron conmovidas al ver su profunda tristeza y el sufrimiento que se expresaba en su rostro. Con bondad, le preguntaron si necesitaba de algo.
Margarita les abrió el alma, contó sus pecados y su inspiración de buscar a los franciscanos de la ciudad. Las dos nobles señoras le ofrecieron abrigo en su casa, y ellas mismas la presentaron a Fray Bevegnati, varón venerable por su virtud, que después escribiría la historia de Margarita.
Ésta, entre lágrimas y suspiros, hizo una confesión general tan minuciosa, que duró ocho días. Pidió después su admisión en la Tercera Orden Franciscana, también llamada de la Penitencia.
continúa en el próximo post
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