Éstas son altas, trabajadas, bellas, dignas, altivas. Pero las murallas solas no tienen nada de extraordinario.
Son murallas plácidas, tranquilas, que se extienden como un rectángulo, sin mayores movimientos. Las torres están intercaladas simétricamente, sin mayor fantasía, obedeciendo a una necesidad militar, sin ninguna preocupación estética particular.
Realzando las murallas, está la torre alta, imponente, desafiante. La diferencia de altura y de poesía, de fantasía, de imaginación que va de la torre a los muros es enorme.
La muralla está como un velo, o manto, que pende de la corona de la reina, que es la torre.
Al mismo tiempo, la torre está asentada, fuerte, firme, como quien dice: “yo miro de arriba, yo desafío, pero yo resisto. No tengo miedo de nada. Mi proa corta las grandes olas de los adversarios como la proa de un navío corta los mares. Para mí, nada me pone en duda. Estoy dispuesta a resistir de cualquier manera, a toda costa. Nadie me derrumba. Ni siquiera después de abandonada, aislada, o dispensada de cualquier uso militar, yo dejo de ser una proclamación viva de los ideales que serví”.
Esa torre, por encima de los siglos, espera nuevos adversarios para prestar nuevos servicios a los mismos ideales. Está intacta.
Para ella, el abandono de los hombres, la mudanza de las circunstancias no quiso decir nada. Ella es, ella está. Y espera tranquila el fin del mundo y no teme el juicio de Dios.
Es una afirmación de la conciencia tranquila de quien camina para la muerte y para la eternidad sin preocuparse.
El castillo da la impresión de un esqueleto calcinado por el sol.
La vida de todos los días no se desarrolla más en él. Por dentro está poco más o menos abandonado. Pero, por causa de eso, se tiene la sensación de un inmenso naufragio, cuya tristeza y cuyo abandono es acentuado por el esplendor del sol.
La luz incide, toda la naturaleza se alegra, indiferente a la tristeza del castillo. El castillo es ufano, pero triste. Hay en él algo que anuncia la ruina de un orden de cosas que dentro hubo de él.
Por otro lado, hay una alegría que el sol y la luz comunican al castillo. Y trae una esperanza de revivir. Hay una melancolía y una promesa de retorno en el castillo que producen una impresión simultánea de victoria y de tragedia.
El árbol comunica un poco de vida al paisaje. Un poco de savia, de sonrisa de vida concreta, se recuesta junto al viejo castillo y da un poco de animación a aquello que es tan rígido y quemado por el sol.
La torre mira muy de arriba a todos los adversarios. Está agarrada al suelo, y dice: “este suelo es mío, y de aquí nadie me saca. Yo permanezco”. O sea, determinación altanera, dominante y firme.
Esta altanería y estabilidad es de quien toca el Cielo y dice: “el Cielo o toco es incomparablemente más. Yo represento el Cielo, Dios Nuestro Señor, la sacralidad contra las hordas de los mahometanos que invaden.
Y, por lo tanto, una altanería una estabilidad sacral. Aquí estuvieron cruzados; este castillo fue hecho contra los moros.
El alma católica se expresa en la parte superior de la torre. La torre es tan lisa, pero, encima de ella las almenas y torrecitas se acumulan. Hay algo que lleva para lo alto y marca la sacralidad del castillo.
El contraste harmónico entre la altanería y la estabilidad caracteriza también la sacralidad del castillo. Hay algo de indefinible del alma católica ahí presente.
Sólo gente bautizada, que entró en la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, pudo haber imaginado un castillo así y pudo haber luchado ahí contra los enemigos de esas virtudes con espíritu sacral.
¡Oh altanería católica, oh estabilidad católica, oh Divino Espíritu Santo, estable y altanero!
El castillo simboliza Pentecostés con las lenguas de fuego cayendo. Es una maravilla.
Cuando venga el Reino de María, y cuando de nuevo la luz del Espíritu Santo brille en la tierra, ¿cómo será la altanería y la estabilidad?
Si el Reino de María será más que la Edad Media, ¿qué altanería y que estabilidad magnífica tendrá? El castillo de La Mota nos eleva hasta el Espíritu Santo, y tiene una proyección profética para el futuro.
(Autor: Plinio Corrêa de Oliveira, 3.1.1975. Sin revisión del autor).
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