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domingo, 24 de febrero de 2013

Edad Media: ¿ingenuidad o comprensión superior de las cosas?

El famoso escritor y educador del siglo XIX Charles de Montalembert, Par de Francia, dejó páginas luminosas relativas a la Edad Media y a las tergiversaciones de esa era histórica hechas por los autores liberales con los cuales, por otra parte, compartía muchas ideas. He aquí, como ejemplo, una de esas páginas.

En la Edad Media los hombres de ciencia estudiaban la naturaleza con el cuidado escrupuloso que los católicos deberían poner en el estudio de las obras de Dios.

No hacían de ella un cuerpo sin vida superior. En ella procuraban siempre relaciones misteriosas con los deberes y creencias del hombre redimido por su Salvador.


Veían en las costumbres de los animales, en los fenómenos de las plantas, en el canto de los pájaros o en las propiedades de las piedras preciosas, otros tantos símbolos de verdades consagradas por la fe.

Las engreídas nomenclaturas no habían todavía invadido y ensuciado el mundo reconquistado para el Verdadero Dios por la Iglesia.

Se iba, en la noche de Navidad, a anunciar a los árboles de las florestas la llegada del Salvador. “Aperiatur terra et germinet Salvatorem”.

La tierra, en retribución, debería producir rosas donde el hombre derramase sangre, y lirios donde cayesen lágrimas…

Cuando moría una santa, las flores de los alrededores se veían en la obligación de marchitar todas, o al menos inclinarse cuando pasaba el féretro.

Cuando de noche el pobre elevaba los ojos al cielo, no era la vía láctea de Juno que veía, sino el camino que guiaba sus hermanos peregrinos a Compostela, o el camino que los bienaventurados tomaban para ir al Cielo…

Las flores, éstas sobretodo, ofrecían un mundo poblado de las más encantadoras imágenes, en un lenguaje mudo que expresaba los más tiernos y vivos sentimientos.

El pueblo católico, en combinación con los doctores, daba a esos dulces objetos de su atención cuotidiana los nombres de los seres queridos, esto es, de los apóstoles, de los santos favoritos, de las santas cuya inocencia y pureza parecían reflejarse en la belleza pura de las flores.

María Santísima, esa Flor de las flores, esa Rosa sin espinas, ese Lirio sin mancha, tenía una incontable legión de flores embellecidas a los ojos de las personas por su dulce nombre.

Era como si fuesen reliquias Suyas, esparcidas por todas partes y siempre renovadas.

Los grandes sabios de nuestros días preferirían sustituir Su recuerdo, por el de Venus.

Citemos apenas un ejemplo del grosero materialismo que caracteriza las nomenclaturas de hoy: ¿Quién no conoce la encantadora florcita, conocida generalmente en Francia por ojos de la Santa Virgen”?

La pedantería moderna prefirió sustituir esa expresión por “Myosotis scorpioides”, que al pie de la letra significa “oreja de ratón con aire de escorpión”. ¡He ahí lo que se llama progreso científico!

(Fuente: Charles Forbes René, conde de Montalembert (18/3/1810, Londres – 13/3/1870, París), “Introduction à l´historie de Sainte Elisabeth de Hongrie”, Pierre Téqui, libraire, editeur, 27ª edición, 1922, Tomo I, pág. 156).



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