Reedición de un torneo en la República Checa |
Apenas la mitad de las personas que vinieron de Londres pudieron encontrar lugar, pero ni por eso renunciaron al espectáculo. Así que se certificaron de que no había más medio de penetrar en el cercado, y que las barreras contenían todo lo que podían, se diseminaron por la campiña, procurando todos los puntos elevados de donde era posible dominar el espectáculo.
A las once horas las trompetas anunciaron que la Reina salía del castillo. Decimos la Reina solamente, porque como Eduardo era el “defensor” de esa jornada, él ya estaba en su tienda.
Madame Philippe (la Reina) tenía a la derecha a Gauthier de Mauny y a la izquierda Guillaume de Montaigu, que deberían ser los héroes de los días siguientes. La Condesa de Salisbury venía enseguida, conducida por el Duque de Lancaster y por el Príncipe Jean de Hainaut.
La noble sociedad tomó lugar en las galerías que para ese efecto estaban preparadas y que en un instante se tornaron semejantes a una alfombra de terciopelo maravillosamente bordada con perlas y diamantes.
El lugar de la lid era un gran rectángulo, cercado de empalizadas; en los dos extremos se abrían las porteras que debían dar pasaje, una a los campeones, la otra a los “defensores”.
Justa medieval en Warwick |
Por fin, de ambos lados de la puerta estaban suspendidos el escudo de la paz y la “targa de guerra” (targa: parte de la armadura usada sobre el pecho.
En las lides fue convenido que el caballero que tocase la targa de guerra del “defensor”, lo desafiaba para un combate real; mientras que si tocase el escudo, lo desafiaba para un combate de cortesía) del “defensor”, y dependiendo de si los campeones hacían tocar por sus escuderos o tocaban ellos mismo uno u otra, solicitaban con eso la simple justa o deseaban el combate a muerte.
* * *
Los mariscales habían largamente insistido para que bajo ningún pretexto los campeones pudiesen usar otras armas que no las llamadas armas corteses. Visto que el Rey debería ser uno de los “defensores”, era de temerse que algún odio personal o alguna traición se introdujese furtivamente en la lid.
Eduardo había entonces respondido que él no era un caballero de parada, sino un hombre de guerra y que si él tenía un enemigo, se sentiría muy cómodo en ofrecerle esta ocasión de llegar hasta él.
Las condiciones habían sido por lo tanto mantenidas sin restricciones y los espectadores, por momentos inquietos por sus placeres, se sentían seguros, pues, aunque raramente esas justas derivasen para un verdadero combate, la posibilidad de que esto sucediese daba un nuevo interés a cada paso.
En el torneo medieval de Warwick |
En cuanto a las otras condiciones del combate, ellas no se separaban en nada del reglamento ordinario.
Cuando un caballero era desmontado y arrojado a tierra, si él no se podía levantar sin la ayuda de sus escuderos, era declarado vencido; lo mismo sucedía cuando, en el combate a espada o hacha, uno de los campeones retrocedía delante del otro, al punto en que el anca de su caballo tocase la barrera.
En fin, si el combate fuese con tal intensidad que amenazase tornarse mortal, los mariscales de campo podían cruzar sus lanzas entre los dos campeones y así darle término con su propia autoridad.
Continúa en el próximo post
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