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lunes, 20 de agosto de 2012

San Gregorio Magno: baluarte de la Edad Media naciente – 1


“Gregorio es ciertamente una de las más notables figuras de la historia eclesiástica. Ejerció en varios aspectos una significativa influencia en la doctrina, organización y disciplina de la Iglesia Católica.

Hacia él debemos mirar en pos de una explicación de la situación religiosa de la Edad Media; en efecto, si no se tomara en cuenta su trabajo, la evolución de la forma de la Cristiandad medieval sería casi inexplicable.

Tanto cuanto el moderno sistema católico es un legítimo desarrollo del catolicismo medieval, no sin razón Gregorio debe ser llamado también su padre.

Casi todos los principios directivos del subsecuente catolicismo son encontrados, por lo menos en germen, en Gregorio Magno”.1

Él “merece el glorioso título de Magno por todas las razones que pueden elevar un hombre por encima de sus semejantes: porque fue magno en nobleza y por todas las cualidades que vienen del nacimiento y de los ancestros; magno en los privilegios de la gracia con que el Cielo lo colmó; magno en las maravillas que Dios operó por su intermedio; y magno por las dignidades de cardenal, de legado, de Papa, para las cuales la divina Providencia y sus méritos lo elevaron”.2



Esmerada y virtuosa educación

Gregorio nació en Roma el año 540. Su padre, Gordiano, era senador. Muy rico, después del nacimiento de su hijo se consagró enteramente a Dios y al servicio de los pobres.

Su madre, Silvia, no era menos ilustre ni menos virtuosa, y pasó los últimos años de su vida en contemplación en un pequeño oratorio adonde se retiró. Además de su madre, dos de sus tías, Tarsila y Emiliana, fueron también elevadas a la honra de los altares. Así, su primer biógrafo, Juan, el diácono, habla de su educación como la de un santo entre santas.3

Dotado de excepcional inteligencia y brillante memoria, Gregorio aprendió con facilidad las letras divinas y humanas. Es muy probable que haya estudiado también derecho. San Gregorio de Tours, que nos dejó algunas impresiones sobre él, dice que en gramática, retórica y dialéctica era tan hábil que, según voz corriente, no tenía igual en toda Roma. Dice también que él se entregó a Dios desde su juventud.

Mientras su padre vivió, Gregorio tomó parte en la vida del Estado y llegó a ser prefecto de Roma. Con su muerte, resolvió retirarse del mundo y consagrarse a Dios. Eso sucedió probablemente el 574.

Con su gran fortuna, fundó seis monasterios en Sicilia, además de uno en Roma, en su palacio, con el nombre de San Andrés al Celio. Ahí tomó el hábito religioso. Su caridad con los pobres era tan grande, que fue premiada con varios milagros.

El año 577 el Papa Benedicto I lo nombró cardenal-diácono o regional. Quienes estaban revestidos de esa dignidad, siete en total, presidían las siete regiones principales de Roma para atender sus necesidades.

Más tarde el Papa Pelagio II lo envió a Constantinopla, como legado y embajador junto al emperador Tiberio. Su misión principal consistía en mover al emperador a poner orden en Italia.

Después de seis años de vida diplomática en esa ciudad, Gregorio fue llamado a Roma, presumiblemente el 585, siendo elegido entonces abad de San Andrés.

El monasterio se hizo famoso por su enérgico abad. En sus Diálogos se pueden leer muchas de sus edificantes actitudes.

Se dedicaba especialmente a la formación de sus monjes, a quienes explicó varios libros de las Sagradas Escrituras, como el Pentateuco, el Libro de los Reyes, los Profetas, el Libro de los Proverbios y el Cantar de los Cantares.

Intervención divina elimina la peste

El año de 590, terribles inundaciones seguidas de una peste asolaron la Ciudad Eterna, privando a la Iglesia de su jefe, el Papa Pelagio. El clero, el pueblo y el Senado de Roma escogieron unánimemente para el Pontificado al diácono Gregorio.

Él no quería aceptar, pero al fin accedió, con tal que la designación fuese ratificada por el emperador.

Al mismo tiempo le escribió a éste, que era muy amigo suyo, implorando que no ratificase la elección. Pero su hermano, por entonces prefecto de Roma, interceptó la carta y envió al emperador otra, enalteciendo las cualidades de Gregorio y pidiendo su confirmación en el cargo.

Mientras no llegaba la respuesta, Gregorio asumió interinamente el puesto, debido al estado de calamidad en que Roma se encontraba.

Para hacer cesar el flagelo de la peste, convocó procesiones rogatorias generales, durante tres días, con la presencia de todos, inclusive la de los abades de los monasterios de la Ciudad Eterna con sus religiosos, y de las abadesas con sus religiosas.

Gregorio portó en esa procesión un antiguo cuadro de la Virgen, cuya autoría es atribuida a San Lucas. Según la tradición, por donde pasaba el cuadro, el aire corrompido cedía lugar al sano.

Cuando llegó a las proximidades del mausoleo de Adriano, de acuerdo con la misma tradición, se oyeron coros angélicos que cantaban: “Reina del Cielo alégrate, aleluya; porque el Señor a quien has merecido llevar, aleluya; ha resucitado según su palabra, aleluya”.

El pueblo se arrodilló, lleno de devoción y alegría, y Gregorio cantó: “Ruega al Señor por nosotros, aleluya”. En el mismo instante vio a un ángel que envainaba la espada, para significar el cese del flagelo. A partir de entonces el mausoleo de Adriano pasó a ser conocido como castelo Sant’Angelo.

Cuando llegó la respuesta del emperador confirmando a Gregorio en el cargo, este quiso huir, pero a la fuerza fue ordenado sacerdote y coronado Sumo Pontífice.

Continúa en el próximo post




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