Santo Tomás de Aquino, Notre Dame de Paris, detalle |
Continuación del post anterior
Fray Tomás: el “buey mudo”
Para evitar atraer la estima pública y las alabanzas que recibiera en Nápoles por su saber, Tomás se cerró en un mutismo mal interpretado por sus condiscípulos.
Además, “un cuerpo grande, lento y pesado, y una placidez un tanto bovina le sirven de espeso envoltorio para un alma benigna y generosa, pero retraída; él es tímido más allá de la humildad, y distraído más allá de la contemplación”.5 Todo eso lleva a que lo llamen “buey mudo” o “gran buey siciliano”.
Cierto día sucedió que un condiscípulo, tomando la concentración de Tomás como señal de que no había entendido lo que el maestro dijera, comenzó caritativamente a explicarle la materia.
Mas en determinado momento se confunde por entero y no consigue ir adelante. Calmamente el “buey mudo” comenzó entonces a desarrollar la obscura tesis, con mucha más claridad de que lo hiciera el propio maestro. Los papeles entonces se invirtieron, y el condiscípulo suplicó a Tomás que siempre lo ayudase en sus dudas. Da ahí en adelante no fue posible esconder más aquel talento superior y fabulosa memoria.