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lunes, 23 de marzo de 2015

Las Cruzadas
San Luis, estadista de la Cristiandad 7

San Luis embarca para la Cruzada
San Luis embarca para la Cruzada

continuación del post anterior: árbitro de la Cristiandad



San Luis estaba seguro de que Dios quería de él la liberación de Jerusalén. Y repetía que deseaba salvar las almas de los musulmanes, convirtiéndolos.

Joinville, con todo, para quien la salvación de esos impíos pasaba por el exterminio, se espantaba oyendo las intenciones de tan gran jefe de armas.

En 1240, para librarse de las potencia marítimas italianas cuya politiquería había perjudicado a las Cruzadas anteriores, San Luis IX ordenó la construcción de una inmensa fortaleza y un puerto en el Mediterráneo.

Se abrió una carretera entre los pantanos, se canalizaron pequeñas corrientes de agua, se levantaron murallas y torres de defensa y almacenamiento.

La población local, que hasta entonces vivía en palafitos, se sintió protegida con el surgimiento de la ciudad de Aigues-Mortes, verdadera maravilla arquitectónica a partir de la cual el santo monarca embarcó para las Cruzados – tanto para la séptima, el 25 de agosto de 1248, que duró seis años, cuanto para la octava, en 1270.

En la VII Cruzada el rey desembarcó delante de Damietta, fortaleza que controlaba el acceso al Cairo, sede del Sultán, jefe máximo de los islamitas en Egipto.

San Luis dibujó el plano de ataque. Los caballeros más experimentados desembarcarían primero y establecerían una cabeza de puente para repeler a los contraatacantes moros.

El grueso del ejército desembarcaría después. Entretanto, muchas naves no comparecieron en el día combinado, desviadas por los vientos.

El Santo ordenó el ataque antes de que los musulmanes concentraran más tropas. La flota real y la de los grandes señores impresionaban por su esplendor.

Así, la punta de lanza de la caballería bajó a tierra, fue asediada por un gran número de moros, veloces y hábiles.

La confusión en la playa fue general. San Luis entonces saltó al agua - como describe Joinville – todo armado, magnífico, con casco brillante y armadura de oro, y pisó en tierra junto con sus hombres más fieles.

El pánico se apoderó de los islámicos, que abandonaron la imponente fortaleza.

El santo temió una emboscada y envió observadores al castillo, los que confirmaron la deserción general.

San Luis ataca Damietta
San Luis ataca Damietta
En Damietta, San Luis aguardó a la parte del ejército que faltaba, envió patrullas de reconocimiento y pagó informantes para obtener datos sobre la carretera hasta el Cairo y el estado de ánimo de los adversarios.

El Cairo era más poblada que cualquier ciudad de Europa. El único obstáculo en el camino era la fortaleza de Mansurah. Para atacarla era preciso atravesar un brazo del río Nilo que no tenía puentes.

Un beduino denunció un paso, que la caballería atravesó, siendo que la mitad de los caballos iba nadando y la otra mitad pisaba el fondo.

La orden real era de hincar pie mientras el resto del ejército cruzaba el río. Los musulmanes hostilizaban a la caballería, y huían cuando ésta reaccionaba.

El conde de Artois, hermano del rey, perdió la paciencia y fue atrás de los seguidores de Alá, que entraron en la fortaleza dejando las puertas abiertas.

Cuando el conde penetró con los suyos, las puertas de cerraron: era una trampa. La punta de lanza de la milicia real, compuesta de nobles y caballeros de las órdenes Militares, fue masacrada por desobediencia a San Luis.

El rey, que estaba enfermo y comandaba en la retaguardia, percibió la magnitud del desastre. Después de diversos embates, los cruzados fueron desarticulados y el santo cayó prisionero.

San Luis prisionero en  Egipto
San Luis prisionero en  Egipto
Los musulmanes exigieron un alto rescate y la entrega de la ciudad de Damietta, a cambio de la libertad del monarca.

Mientras la reina Margarita providenciaba ese dinero en Damietta, San Luis permaneció en una prisión en donde sucedieron hechos singulares.

El sultán Almoadam había quedado ebrio de orgullo con la victoria, pero los mamelucos, que constituían su guardia personal, resolvieron asesinarlo al final del banquete de la victoria.

Almoadam fue herido, huyó hasta lo alto de una torre, de donde cayó ofreciendo en llantos su propio trono a cambio de la vida. Octai, jefe de los mamelucos y los suyos, lo traspasaron con innúmeros golpes.

Inmediatamente, Octai fue hasta la tienda de San Luis con la mano ensangrentada, diciendo:

“Almoadam ya no existe. ¿Qué me darás por haberte liberado de un enemigo que premeditaba tu ruina y la nuestra?”

San Luis no respondió nada. El infiel lo apuntó con la espada y exclamó airado:

“No sabes que yo soy señor de tu persona? ¡Hazme caballero, o serás muerto!”

San Luis respondió “Hazte cristiano, y te haré caballero”. Octai bajó la espada y se retiró sin hacerle mal. (8)

continua en el próximo post: Reordena el Reino de Jerusalén

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lunes, 9 de marzo de 2015

Árbitro de la Cristiandad
San Luis, estadista de la Cristiandad 6

San Luis: estatua en Saint Louis, Missouri, EEUU.  Fondo: rosácea de Notre Dame de París.
San Luis: estatua en Saint Louis, Missouri, EEUU.
Fondo: rosácea de Notre Dame de París.


continuación del post anterior: “Resurrección” y Cruzada

A partir de 1241empeoraron las noticias provenientes de Europa Oriental y de Tierra Santa. La invasión de los mongoles llegó a Polonia, a Hungría y a Rumania, después de devastar Rusia y Ucrania.

El jefe mongol Subedei miraba al corazón de Europa, pero después de aplastar al rey de Hungría en Mohi, volvió apresurado para Asia por razones no esclarecidas. La valiente reina Blanca quedó muy temerosa, pero San Luís parecía ser el único que intuía que la invasión no prosperaría.

“Cuando vio a Europa amenazada por los tártaros – cuenta Pourrat – San Luís dijo: `Tened coraje madre mía; o nosotros los ponemos en las puertas del infierno o ellos nos abrirán las puertas del Cielo´”.

El santo fue perspicaz estratega y hombre de fe: o él los vencería y ellos irían al infierno por ser paganos horriblemente criminales, o él moriría e iría al Cielo. Nada se perdería luchando contra ellos.

Una de las situaciones más tempestuosas para arbitrar se dio en Bretaña, un ducado enfeudado a Francia pero casi independiente de los puntos de vista de gobierno, cultural, étnico y lingüístico.

Allá, Pierre de Dreux, pariente de San Luís, se tornó Duque. Audaz jefe de guerra, pero turbulento señor feudal, Pierre ganó el sobrenombre de “Mauclerc” (mal clérigo) por sus exacciones a la Iglesia.

Sus fricciones con los obispos bretones le valieron diversas excomuniones. Los Papas poco consiguieron junto a este hombre que dividió la nobleza con conflictos de toda especie.

Después de innúmeros desórdenes, San Luís entró militarmente en Bretaña y lo despojó del ducado por felonía. “Mauclerc” se rebeló, pero el ejército real, apoyado por buena parte de la nobleza bretona, extinguió la rebelión.

Pìerre de Dreux se sometió al joven rey en París, en 1234. San Luís no lo humilló, sino que dispuso que Bretaña quedara en poder del hijo de él, Juan, el cual, a su vez, juraría vasallaje al rey de Francia junto con los nobles rebeldes.

El santo monarca concedió a Pierre de Dreux el pequeño feudo de Braine. Así, “Mouclerc” se volvió “Braine” y acompañó al rey en la Cruzada a Egipto, donde fue gravemente herido y murió al volver, recibiendo digna sepultura en la necrópolis familiar de Dreux.

Árbitro entre Papas y Emperador

San Luis en el encuentro con el Papa Inocencio IV, en Lyon, 1248.  Louis-Jean-Francois Lagrenée (1724 – 1805)
San Luis en el encuentro con el Papa Inocencio IV, en Lyon, 1248.
Louis-Jean-Francois Lagrenée (1724 – 1805)
Mucho más complicada era la secular lucha entre el máximo poder temporal de la Cristiandad – el emperador del Sacro Imperio – y el supremo poder espiritual, e indirectamente temporal, de los Papas.

El emperador Federico II Hohenstaufen invistió contra los pontífices Gregorio IX e Inocencio IV, habiendo sido excomulgado dos veces. Gregorio IX lo calificó de “Anticristo”. Inocencio IV, un año apenas después de su elección, huyó de Italia perseguido por él.

Nobles partidarios de uno y de otro estaban en situación de guerra civil y religiosa en Alemania y en Italia. En ese enfrentamiento, el rey santo, que ya era el más respetado de los príncipes cristianos, podría haber hecho prevalecer su influencia sobre el Papa y el Emperador.

Entretanto, rehusó a eso, pues quería reconciliarlos respetando sus superioridades. Francia estaba prosperando tanto, que podía arcar sola con la responsabilidad de la Cruzada. Pero Luís quería unirlos en esta santa empresa.

Gregorio IX ofreció la corona imperial al conde Roberto de Artois, hermano de San Luís. Con todo, el rey no aceptó, pues podía parecer usurpación y falta de respeto al emperador.

El 3 de mayo de 1241, arzobispos franceses que iban a un concilio convocado por Gregorio IX fueron presos por Federico II. San Luís IX le pidió explicaciones, a lo que él respondió secamente:

“Que vuestra majestad real no se espante cuando César prende en el aprieto y en la angustia a aquellos que vinieron para crear angustia al César”. San Luís IX retrucó con tanta habilidad que los arzobispos fueron liberados.

Expulsado de Italia, Inocencio IV se instaló en Lion y marcó para 1245 un Concilio que juzgaría al Emperador. Éste reunió un ejército en Turín, buscando impedir la asamblea. San Luís IX le hizo saber, con tacto y fuerza: “No toquéis en el Soberano Pontífice, para que no incurras en la cólera de Dios”.

San Luis mediador en un litigio entre el rey de Inglaterra y eus barones.  Georges Rouget (1783-1869), Versailles
San Luis mediador en un litigio entre el rey de Inglaterra y eus barones.
Georges Rouget (1783-1869), Versailles
El emperador entendió: envió al Concilio un jurista para defenderlo, comunicó que iría a la Cruzada contra los mongoles y los sarracenos, y que indemnizaría a la Santa Sede.

Pero no cumplió lo prometido, volviendo a los abusos. Fue entonces excomulgado. Abandonado por buena parte de sus adeptos, pidió la intercesión de Luís IX.

Éste marcó un encuentro sigiloso con Inocencio IV en la abadía de Cluny. San Luís imploró al Papa que aceptase la propuesta del Emperador a cambio de la obligación de ir a la cruzada. El litigio sólo acabó con la muerte del Emperador.

Al final del caso, San Luís quedó consolidado como árbitro de la Cristiandad, en él confiando Papas, emperadores, episcopados y nobleza, además de corporaciones de oficio, de estudiantes y ciudades libres.

continúa en el próximo post: Las Cruzadas


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