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lunes, 17 de septiembre de 2012

Edad Media: “segunda Creación” obra de la Iglesia

En la Edad Media hay muchas cosas: hay, por una parte, asolamiento de ciudades, caída de imperios, lucha de razas, confusión de gentes, violencias, gemidos; hay corrupción, hay barbarie, hay instituciones caídas e instituciones bosquejadas; los hombres van a donde van los pueblos; los pueblos, adonde otro quiere y ellos no saben; y hay la luz que basta para ver que todas las cosas están fuera de su lugar y que no hay lugar para ninguna cosa: la Europa es el caos.

Pero además del caos hay otra cosa: hay la Esposa inmaculada del Señor, y hay un grande suceso, nunca visto de las gentes: hay una segunda creación, obrada por la Iglesia.


En la Edad Media no hay nada sino la creación que me parezca asombroso, y nada sino la Iglesia que me parezca adorable. Para obrar el gran prodigio, Dios escogió esos tiempos obscuros, eternamente famosos a un tiempo mismo por la explosión de todas las fuerzas brutales y por la manifestación de la impotencia humana.
Nada es más digno de la Divina Majestad y de la divina grandeza sino obrar allí, donde hom¬bres y pueblos y razas, todo se agita confusamente, y nadie obra.

Queriendo Dios demostrar en dos solemnes ocasiones que sólo la corrupción es estéril y que sólo la virginidad es fecunda, quiso nacer de Maria y contrajo esponsales con la Iglesia; y la Iglesia fue madre de pueblos, como Maria madre suya.

Vióse entonces a aquella inmaculada Virgen, ocupada en hacer bien, como su divino Esposo, levantar el ánimo de los caídos y moderar los ímpetus de los violentos, dando a gustar a los unos el pan de los fuertes y a los otros el pan de los mansos.

Aquellos feroces hijos del polo, que humillaron escarnecieron la majestad romana, cayeron rendidos de amor a los pies de la indefensa Virgen; y el mundo todo vió, atónito y asombrado, por espacio de muchos siglos, la renovación por la Iglesia, del prodigio de Daniel, exento de todo daño en el antro de los leones.

Después de haber amansado amorosamente aquellas grandes iras y después de haber serenado con sólo su mirada aquellas furiosas tempestades, vióse a la Iglesia sacar un monumento de una ruina; una institución, de una costumbre; un principio, de un hecho; una ley, de una experiencia; y para decirlo todo de una vez, lo ordenado, de lo exótico; lo armónico, de lo confuso.

Sin duda todos los instrumentos de su creación, como el caos mismo, estaban antes en el caos; suya no fue sino la fuerza vivificante y creadora,

En el caos estaba, como en embrión, todo lo que había de ser y de vivir; en la Iglesia, desnuda de todo, no estaba sino el ser y la vida; todo fue, todo vivió, cuando el mundo puso un oído atento a sus amorosas palabras y una mirada fija en su resplandeciente belleza.

No, los hombres no habían visto una cosa semejante porque no habían asistido a la primera creación; ni la volverán a ver, porque no habrá tres creaciones.

Diríase que, arrepentido Dios de no haber hecho al hombre testigo de la primera, permitió a su Iglesia la segunda solo para que el hombre la mirara.

(Fuente: “Obras Completas de D. Juan Donoso Cortés", BAC, Madrid, vol. II, p. 630).




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